viernes, 21 de enero de 2011

Un día de vacaciones


Mientras me aferraba con ganas a mi osito de peluche morado que me había sido regalado en mi quinto cumpleaños, contemplaba el atardecer en la playa, me consolaba el ruido de las olas, y contrastaba con los ruidos emitidos por las aves propias del lugar, la mirada perdida en el atardecer.

Me acerque a donde las olas pudiesen chocar contra mis pies descalzos, subí mi vestido un poco y tome asiento en la arena, y entonces fue inevitable, comencé a llorar, le platicaba a mi osito como había estado mi día de vacaciones, y le dije que lo que mas me había gustado de este lugar es que me habían dado una pulsera de un color fosforescente que de seguro presumiría a mis amigos de vuelta en la ciudad.

Me gustaba que cuando mis lagrimas corrían por mis mejillas y caían en la arena las olas se las llevaban, estaba justo donde quería estar en este momento con mi buen amigo.

De pronto y de la nada llega mi papito me extiende la mano y me dice –ven hijita, vamos por tu helado de limón de las tardes- y me sonríe, me seco la lagrima con el brazo que no sostenía a mi osito, me pongo de pie, y camino tomada de la mano con mi padre.

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